En cada esquina existen alcaides
que buscan a los más donceles
en el humo de una mirada
(pero se encuentran con el viento).
Ambos se reconocen
como la casualidad
de las manchas solares
invisibles al amanecer
pero con lágrimas de magnetismo
al caer la tarde.
Ellos
(signos de admiración al anochecer)
amanecerán como puntos suspensivos
sobre las sábanas.
En cada acera
hay por lo menos
un par de ascuas
con pensamiento propio
capaces de incendiar
las almenas y pabellones
de la acrópolis del sueño.
A la noche
no se le escapa la flama
de aquellos lobos peleteros
en busca del ascatrán
de su mismo sexo
para arder y consumirse
en la sodomía
siendo ese el objetivo
de un crepúsculo bañado
de brillante corona solar.
Y mis visiones tratando de descifrar
con mi novatez en la piromancia
los misterios y designios de la llama
que llama
lleva
y arde bujías
(aquí escucho chasquidos de muerte).
También se escucha la historia
sobre el cielo de la nueva Gomorra
bajo las fulminantes vírgulas.
Lugones supo muy bien lo que pasó:
Las flámulas danzaban entre el cobre pluvial
las movían un viento ardentísimo
como alquitrán caliente
todo parecía un escorial volcánico
brillaba un bermejor de fuego.
Ellos
puntos suspensivos al amanecer
serán signos de admiración
sobre las sábanas hechas cenizas
(aquí se acabaron los chasquidos de muerte).