Brontes

Ser otros por Rhafhaell
Ser otros, por Rhafhaell (Gouache)

Brontes

– ¡ Brontes… !  Brontes …
Su voz apagada apenas llegaba a mis oídos. Aquél ser se encontraba tendido en el suelo, cubierto con una pequeña manta. La oscuridad de la cueva no me permitía distinguir bien su rostro. Me tenía sujeto de las manos y yo sentía su piel seca y arrugada , pero la enormidad de sus manos que me jalaban hacia él, me indicaban que todavía tenía bastante fuerza; a pesar de encontrarse enfermo.
El indio que estaba a sus pies me dijo : “Se va a morir”. Guardé silencio porque entraron otros dos nativos. A uno de ellos lo reconocí inmediatamente por su figura; se trataba de Tomás, el adivinador. En mi mente brotó el recuerdo del primer día en que lo conocí. Tardé dos semanas en encontrarlo en aquella maraña de árboles y vegetación. Condenado indio, cómo me diste problemas.
Dentro de mis informes quedarás como parte de la historia y serás famoso, como yo. Tanto conocimiento, ¿y quién te los transmitió ? ¿Acaso fué este ser al que ustedes llaman padre?
Tomás me indicó con una seña que lo siguiera. Salimos de la cueva y Tomás se sentó frente al enorme árbol que estaba junto a la entrada. La luz del día , a pesar de que estaba agonizando, me deslumbró un poco. Me senté a un lado de Tomás y lo observé. Tomó un puñado de hojas del suelo y las lanzó hacia arriba. Conforme caían, Tomás no les apartaba su mirada.
No siempre he tenido recompensa en mis primeros contactos. Dentro de mi profesión, han existido miles de casos de impostores a los que les he seguido la pista. La difícil tarea de encontrar a personas que se dediquen al arte de la adivinación, por el medio que sea, me han producido más desilusiones que satisfacciones. Pero una vez que encuentras algo auténtico, bien vale la pena todo el esfuerzo. Así lo estaba sintiendo ahora. Mis colegas en la Universidad no me lo van a creer. De verdad que la búsqueda ha rendido sus frutos.
Tomás era un verdadero caso para la documentación de la Dendromancia, ese maravilloso arte de la adivinación por medio de los árboles, y pensar que ya se le había dado por extinta.  Tengo que confesar que al principio no fué fácil, estos indios no se prestaban a nada. De no haber sido por esa palabra : Brontes.
Brontes, sí. Desde aquella mañana que Tomás me pronunció esta palabra, todo cambió. Brontes… así había empezado Tomás con sus explicaciones de cómo leía el follaje de los árboles; lo que significaba si las hojas se movían en cierta forma con el vaivén del viento; si crujía la madera, eso tenía su significado ; si las hojas caían antes de tiempo, también.
Brontes… ¿que significaba ? Y ahora este tipo de la cueva que también susurraba la misma palabra.
Tomás se levantó y se dirigió  al tronco del árbol. Arrancó un pedazo de corteza y lo examinó por buen rato . Lo trituró entre sus manos y se llevó un poco a su boca. Lo masticó y luego lo escupió violentamente; algo le dijo a un indio que nos acompañaba y se marchó dejándome todas las dudas del mundo.
“Nuestro padre querer morir pero no poder”, escuché atento lo que el indio me decía.
Regresé a la cueva y en la oscuridad me acerqué a los indios que estaban cuidando a su “padre”.
Es curioso. Desde ayer que Tomás me había traído a la cueva , no había visto el rostro de este bulto. Ni siquiera los rostros de los indios alcanzaba a mirar, pero sabía que en sus expresiones todavía les inundaba la tristeza cuando supieron que yo no era doctor. Que chasco se llevaron estos desgraciados cuando me lanzaban sus miradas suplicantes. Qué diera yo para poderlos ayudar.
Intentaba acercarme un poco más para ver si lo miraba bien, cuando unos brazos me tomaron y me sacaron de la cueva.  Me llevaron de nuevo ante la presencia de Tomás. En sus manos miré que cargaba un objeto algo extraño; parecía un casco cubierto con una tela.
-Nuestro padre querer morir. Ponerte esto. – me dijo mientras se acercaba.
Antes de poder protestar o decir algo, me colocaron el casco que quedaba un poco grande, ya que de inmediato me tapó los ojos.
Me llevaron de nuevo a la cueva y me hincaron junto al bulto. Sentí el calor de una antorcha que acercaron junto a mi rostro.
Escuché nuevamente aquella respiración agitada y la voz que pronunciaba la palabra infernal “Brontes”. Su voz ahora era más resonante y su eco retumbaba en la cueva. Sentí de nuevo  sus enormes manos arrugadas que jalaban de las mías; sentí su putrefacto aliento junto a mi rostro y un nuevo grito de Brontes que se ahogó en un sordo  estertor. Luché por zafarme pero no fué por mucho tiempo ya que de inmediato me sentí liberado. Todo fué silencio. Me quité lentamente el casco y … vi su rostro… toda su piel era arrugas ; su sonrisa denotaba que había muerto feliz , pero en donde se supone que debería de haber unos ojos, solo había pliegues de piel arrugada; más sin embargo de su frente emergía un ojo enorme; tenía una mirada perdida que a la luz de la antorcha, adquiría un brillo cristalizado.
Aparté mi vista de aquella visión espantosa y mi cabeza giró rápidamente en  dirección hacia donde había caído el casco. Finamente tallado en la madera y bien pintado, estaba también un ojo enorme simulando al que aquél monstruo cargaba en su frente.
Tomás se acercó y con voz quebrada me dijo :
– Gracias, Brontes.

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