
El muro ya no existe.
El muro estaba allí, cerca de ti, abrazando miles de protestas en un solo grito, en un solo clamor de la maza voluptuosa de personas. Tu rostro tenía un solo fin expresado en un gesto de rabia: la ira hacía hervir a tus pupilas y el muro continuaba impasible.
Existía una ilusión detrás de cada bloque gris de cemento. La esperanza gritaba desde el otro lado. Quisiera decirte que tu coraje logró contagiarme y a cada uno de los que te rodeaban les pasó lo mismo, lo aseguro. Una bestia de insospechadas fuerzas brotó de entre nosotros para arañar cada milímetro de concreto. Hubieras visto nuestros rostros descompuestos: sabíamos que el muro empezaba a sufrir, a desangrarse. Quisiste ganarnos el paso y tus prisas enmudecieron nuestras intenciones: error fatal, ahí el error. Luego todos recargados en el muro, llorándole al orificio ensangrentado de tu frente y el muro parecía abrazarnos, como un padre que reclama las travesuras de sus chiquillos jugando a derribar su propia protección.
Ahora que recuerdo, el muro ya no está, seguramente le ha de haber dolido miles de rostros como el tuyo, miles de pupilas hirvientes y miles de orificios sobre la piel. Quiso marcharse, su tiempo ha caído al igual que algunos de sus recuerdos.