Otra vez te miras frente al montón de ropa arrugada que bordea tu soledad. La caja de la plancha nueva, recién abierta, deja ver el papel de instrucciones que tomas entre tus manos para seguirlas al pie de la letra:
La plancha es otro aparato que consume mucha energía, utilizarla de manera ordenada y programada ahorra energía y reduce gastos.
Te quedas mirando a la plancha y tu mente divaga. Nunca pensaste en llegar hasta este punto. Cuando soñabas en el matrimonio, pensabas tal vez en alguien quien te ayudara y evitara estas cosas con las que nunca imaginaste tener dificultades. Qué momentos aquellos, recuerdas. La iglesia toda vestida de flores, el padre que no se afeitó en forma correcta, los sobrinos correteando por los pasillos, las tías que portaban sus señoriales peinados; en fin, todo encajaba perfectamente. Llegaste al altar justo donde te esperaban todas las promesas y esperanzas de formar la familia ideal.
Revise la superficie de la plancha para que esté siempre tersa y limpia, así transmitirá el calor de manera uniforme.
Piensas en los primeros días, cuando todo era dulzura y color de miel. Los inviernos eran soportados calurosamente entre cada acto de amor. Los días amanecían con olor a cuerpos satisfechos. Las tardes desesperaban al ver que no llegaban las noches en forma rápida. Todo se perdonaba: el arroz quemado, los huevos estrellados con yema reventada; en fin, todo era un mundo perfecto.
Planche de preferencia durante el día.
Los recuerdos siguen inundando tus párpados mientras conectas la plancha a la corriente.
Rocíe la ropa ligeramente sin humedecerla demasiado.
Sonríes en el momento que el rociador evoca tu niñez. Para planchar, fue lo único que aprendiste de tu madre, pero sobre todo porque este paso te resultaba divertido. En el correteo por los pasillos de aquella casona vieja, no era de extrañarse un regaño con disparo del rociador, directo a las cabezas de todos los chiquitines que jugaban contigo. A ti te gustaba mostrar el rostro para sentir la brisa refrescante.
En tu matrimonio, las brisas ya no fueron más. Los días se fueron complicando. Claro, una vida sin problemas, no es vida, te repetías constantemente. Luego surgió la falta de comunicación. Las discusiones por cualquier motivo sin importancia, transformaban las frescas atmósferas matutinas en pesada carga de gases asfixiantes. Tus recuerdos siempre duelen y lo sabes muy bien. Cada quien tomando su camino, en contraste con aquellos primeros días, cuando sólo querías estar a su lado.
Planche primero la ropa que requiere menos calor y continúe con la que necesita más, a medida que la plancha se calienta.
Buscas entre las prendas, aquellas que por tu poco conocimiento, intuyes cuales son las que necesitan menos calor. Son pocas y qué darías porque fueran más, sobre todo las infantiles: tal vez un vestido de olanes o ¡un pantalón vaquero!
Trate de planchar la mayor cantidad de ropa en una sola sesión. Cada vez que se conecta la plancha, representa un consumo mayor de energía que mantenerla caliente más tiempo.
Qué difícil te resulta planchar la toalla. La desechas y pruebas con los calcetines. Son los que menos calor pudieran necesitar y así lo crees. Uno de ellos no ha quedado tan mal. Miras de nuevo el montón de ropa y descubres entre las prendas, aquella falda que tanto te gusta. La extiendes y acaricias su textura. Recuerdas las sonrisas que provocaba en los hombres, así mismo recuerdas que era la que tu esposa llevaba puesta por última vez cuando ya no salió del hospital. Y por enésima ocasión vuelves a maldecir dos cosas que no entiendes: aquella enfermedad incurable y las instrucciones de la nueva plancha.
Rafael Jurado Mendoza