Yo escribo porque…

La primera pregunta que me asalta al iniciar el día y que me ha puesto a pensar seriamente es ¿Por qué escribes? Bueno , no directamente así , pero el punto de un artículo leído que me dispara la reflexión es el Yo escribo porque. La respuesta puede ir desde un me gusta hasta la creación de un ensayo como el de George Orwell que acabo de leer llamado : “Why I Write“. En este ensayo, Orwell menciona cuatro grados de escritores: puro egoísmo, entusiasmo estético, impulso histórico y finalidad política, llegando un escritor a fluctuar entre ellos según el contexto que viva. Para mi caso he encontrado algunas respuestas y la que más me parece acertada es la siguiente.

Yo escribo porque lo necesita mi otro yo.

Rafael Jurado Rhafhaell

¿Cuándo conocí a ese otro yo? He aquí la historia.

Yo escribo porque…

Cuando falleció Alfonso Chávez, coordinador del taller literario donde empezaron mis primeras experiencias, pensé que hasta ahí llegarían mis inquietudes como escritor. Un ciclo había llegado a su fin y sin embargo estaba ávido de seguir creciendo en el terreno de las letras. Realmente estaba decidido a ser escritor. Decidí dejar pendiente el estudio de la carrera de administración que tenía en esos momentos e ingresé al taller literario más antiguo de la ciudad coordinado por el Arquitecto Mario Arras. Fue una experiencia edificadora, desgarradora, única, aterradora, y al final sobrevivió el deseo de seguir adelante. Los textos presentados ahí , algunos, eran destrozados literalmente por los grandes experimentados y colmilludos. Muchos de los participantes sucumbieron y otros prácticamente quedaron castrados en su creatividad ante las experiencias vividas . Ya no regresaban tal vez olvidándose temporalmente o por completo del asunto. De cualquier forma para mí todo fue crecimiento y conocimiento de un mundo fascinante, muy a pesar de confirmar en carne propia lo leído en alguna revista literaria:

“crees estar escribiendo el pavorreal más hermoso del mundo y al tallerearlo resultaba ser el piojo más horripilante”.

Desconocido

Recuerdo con cariño a : Luz María Montes de Oca, Violeta Rivera , Eva Castro, Mario Daher, Bertha Falomir , Lilly Blake y Norma Varela además de Susana Avitia y Martha Estela Torres entre otros.
Por otro lado, yo seguía buscando oportunidades y me enteré de un taller de novela el cual sería impartido por el escritor Daniel Sada. Fue una experiencia inolvidable. Por fin tenía la oportunidad de terminar un proyecto sobre cierta historia de unos sefarditas que vivían en Turquía, quienes había tenido una historia que remontaba a los tiempos de expulsión de los judíos por los Reyes Católicos de España. Al maestro Sada le pareció interesante la historia pero me explicó que la novela es mucho más que una buena historia. Desde ese momento me dediqué a estudiar más sobre los aspectos de la novela, pero lo más enriquecedor fue haber aprendido de la experiencia de los participantes como por ejemplo la del maestro Raúl Manríquez.

Otra oportunidad de oro fue el seminario de poesía dirigido por el maestro poeta, escritor y excelente persona José Vicente Anaya quién iluminó los senderos de la poesía en que yo estaba dispuesto a incursionar. Fue ahí , en ese seminario, donde conocí a Renee Acosta, Rogelio Treviño, Margarita Muñoz además de seguir compartiendo letras con otras poetisas como Lilly Blake , Martha Estela Torres entre otras y otros.
En casa de Lilly Blake nos embriagábamos de poesía. La emoción del vértigo en el centro de un círculo de participantes. Entre los comensales se encontraba José Vicente Anaya, el maestro. El resultado era una fusión especial como si se tratara de un solo poema, un solo cuerpo con diferentes líneas, cantos, notas de guitarra y vino. Anaya y su voz retumbando las andanzas de “Peregrino”.

Eran tiempos de asombro, de notas musicales que me llegaban de los poemas de Rosario Castellanos, Mario Benedetti, Cesar Vallejo y otros más que capturaron mi ser y quedé asombrado por la musicalidad de sus poemas. “A las cinco de la tarde, lo demás era muerte y solo muerte”, a las cinco de la tarde y yo con mi guitarra y Lorca a mi lado. A Vallejo le hurté “Los heraldos negros” y los hice míos por varias noches, sin precaución de faltarle al respeto a los fantasmas de los autores empolvados. Los hice volver a la vida en mi vida. Sabía lo qué era sentir los golpes como el odio de Dios, tan fuertes yo no sé, decía Vallejo. Y el tiempo que nunca fue suficiente para la otra que no sabe enviudar, me susurraba Rosario Castellanos.

Los fantasmas se han ido y no han regresado de nuevo. Pero despertaron a mi otro yo. No te engañes, me dijo en voz alta cierto día. ¿Qué fue lo que pasó? De pronto me vi encerrado en un bloque de hielo y muchas veces me he preguntado eso: ¿ qué fue lo que pasó? ¿El tiempo? ¿El corazón? ¿Yo mismo? No te confundas más, me volvía a decir esa otra voz en mi mente. Era un susurro que me decía, piensa en lo bien que te ha hecho mi compañía durante todos esos tus momentos de soledad, bueno, la verdad es que estas charlas las tengo en todos momentos y siempre las he visto de manera positiva, pero no sabía de ti y no sabía con quien hablaba. ¿Cuándo te empezaste a conocer? ¿En qué momento supiste de la existencia no de una, sino de otras voces dentro de ti? No lo se, la verdad, le contesto un poco tímido. Sin embargo, llegaste a conocer de ti y de mi hasta hace poco con el ejercicio de la palabra poética. Al menos eso creo. En realidad soy muchos, pienso. Efectivamente siento que he sido muchos pero no estoy seguro de haberlos conocido a todos, algunos no duran lo suficiente como para sentirlos parte de mi. Por instantes me sorprendo pensando: tal vez en sueños me asaltan, se intercambian, porque es la primera sensación que tengo muchas veces al despertar: yo no soy yo. Entonces me miro extrañado pero con cierta familiaridad. Pasan los días y sin darme cuenta todo vuelve a la normalidad. Y Vallejo y los demás siguen escondidos cuando mi mente percibe la misma ciudad, la misma gente, recuerdo con las mismas neuronas pero siento que mi espíritu ya no es el mismo. Me pregunto: ¿ será parte de la misma evolución hacia un determinado fin o propósito que ellos, los fantasmas empolvados, tienen o será alguna especie de reclamo por mi osadía?

De los apuntes que tengo, resalta la posible explicación:

De un paso sigue otro paso. De la aurora donde me encuentro camino hacia las hojas tiradas de una higuera. Una sobre otra estarán dando vida a mi otoño. Pido un paso más, un episodio que siga flotando sobre esta vida. Me voy hundiendo verticalmente bajo un olor a incienso. Locura en vivo, no hay más. Como esas hojas muertas así van fluyendo mis palabras que dicen recuerdos como las de un abuelo y otros más.
Le temo a los finales, a ese no poder hacer ya más, a ese espacio vacío que hay entre una obra y otra. Me acuesto en las noches con la mirada fija en la oscuridad, en lo alto de la habitación. Los recuerdos que me llegan quiero atraparlos antes de que ya no vuelvan más. Pero no atino en descifrar esa levedad de plasmar en unas cuantas líneas mi vida o la falta de arrojo para hacer algo por lo que valga la pena haber vivido o el temor de que al final, lo escrito, sólo resulte un resumen de tímidas confesiones o tibios atrevimientos. Por supuesto que tengo secretos guardados y seguramente así continuarán, pero hay tanto qué contar y tanto que me ha quedado como enseñanzas de vida.

Me gusta escribir y crear personajes. He escrito varios diarios por temporadas y también algunos intentos de novelas. Recuerdo a Pinky, una chica punk, personaje principal de mi novela Quisiera morir bien chido, a la cual le gustaba la música de Corvus Corax y los poemas de Girondo. Disfruté en gran manera todo el proceso de la creación que me dejó dos experiencias muy profundas que marcaron mi existencia: el papel que juega la música en nuestras vidas y sentir el placer de vivir lo escrito o escribir lo vivido.

Tomo conciencia del momento que estoy viviendo. Afuera de mi hogar, se escucha el viento y pienso en mis padres, abuelos y bisabuelos. ¿Qué noches estrelladas vivieron juntos? ¿Qué pensaban de sus hijos, sus nietos, del hambre, de la tierra y los animales, de sus propios cuerpos, del amor, de la banalidad de las cosas? ¿Cuáles eran sus recuerdos, sus preocupaciones, manías y gustos, cuáles fueron sus últimas palabras? Una colección de diarios temporales hubieran estado bien.

Sobre escribir la vida, de Rafael Jurado Rhafhaell, apuntes y memorias.

Ahora que ya más o menos he realizado mi tarea del día, me asalta una pregunta que no viene en el temario del día pero que para mí es importante: ¿Porqué te leo? Yo te leo porque…

Me gustarían tus comentarios.


Bibliografía

Orwell, G. (s. f.). George Orwell—Why I Write. Recuperado 31 de enero de 2022, de https://orwell.ru/library/essays/wiw/english/e_wiw

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