Mamá simia vio morir en sus brazos el logro de sus esfuerzos. Aquél ser cerraba lentamente sus ojos lanzando su último suspiro. No había más que buscar, ya no más sufrimiento. En los brazos de su madre simia sentía la paz que tanta falta le había hecho falta en su corta existencia.
Sus padres simios vieron caer la noche y las estrellas parecían más grandes. Un sueño se había terminado justo ahora. Pero en otro tiempo, su hazaña fue haber puesto los ojos muy en alto.
Por una inquietud personal, una sensación interna de querer arrojar todo al exterior, ese algo se movía en ambos padres. Ellos eran diferentes a los demás. Él la conoció en un claro del bosque, junto al arroyo. Ella contemplaba el agua que corría. Desde entonces, ambos se dieron cuenta de la afinidad que los uniría para siempre.
Días y noches eran atormentados por esa sensación de angustia, de acorralamiento. Era un grito apagado que reclamaba su terreno. Una necesidad de ver el mundo de ambos de otra forma. Él experimentaba con sus manos tomando el barro y dándole formas incomprensibles, luego acomodaba piedra sobre piedra adornándolas con hojarasca. Con arranques de coraje, deshacía violentamente sus trabajos sintiendo frustración. Ese ser que llevaba dentro le reclamaba con crueldad pero el simio se dio cuenta que algo más era necesario. Aprendió de otros animales, miró la naturaleza y día y noche contemplaba extasiado la puesta del sol y los amaneceres. Aprendió de la naturaleza pero eso no satisfacía a la otra bestia interna. Imitó los movimientos del elefante, danzó con la cadencia de la jirafa y sus manos por fin construyeron lo que parecía un refugio, una especie de choza mal parada. Por un tiempo logró calmar sus fuegos internos contemplando su gran hazaña, sintiéndose orgullos ante los elogios de su compañera.
La bestia interna despertó un día y se dijo: “Hoy quiero hablar”. No hubo quien le enseñara y con alguna dificultad inventó algunos sonidos rítmicos. Todo el día estuvo auto-complaciéndose con sus logros. Su compañera pronto aprendió. El resto de los animales tardaron algún tiempo en acostumbrarse a esos sonidos extraños.
Roberto Sapo contemplaba las obras del simio y trataba de entender el significado de todo eso. Julia Gallina cacareaba críticas y comunicaba a los demás su muy particular punto de vista. Las hazañas de la pareja de simios pronto llegaron a los oídos de los mas sabios de la manada pero no se tomaron la molestia de atender los rumores.
La pareja de simios pronto sintió la necesidad de expresar algo más. Querían hacer partícipes a todo el mundo de sus logros y de manifestar su especial modo de disfrutar su entorno y lo que ellos miraban. Las sensaciones que les provocaba en forma especial cuando miraban llover. No había forma aparente, lo que otros no alcanzaba a mirar era lo más fácil para ellos. El primer crío no pudo sobrevivir por mucho tiempo a pesar de que era muy parecido a ellos. Había demostrado inteligencia y madurez con las enseñanzas de sus padres pero su corazón estaba muy débil.
Los padres simios estaban tristes y ese lenguaje todo mundo lo conocía.
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