MIRADAS
Isael despertó ése día con un ligero dolor de cabeza. La noche anterior, había estado bebiendo con unos amigos en una taberna cercana al palacio real. Hasta aquellos días, todo era revuelo y alboroto sobre ciertas historias que la gente contaba acerca de un tal maestro. En realidad, él nunca se había preocupado en prestarles atención. La noche anterior, en la taberna, varios comerciantes vestidos con ropas de desierto y con olor a camello, habían traído las últimas noticias de otras tierras lejanas.
Toda su vida había sido aburrida, monótona y sin trascendencia. Había procreado cinco hijos y su empleo no era más que un modesto puesto de guardia en la prisión real. Su otro mundo era aquél en el tenía que lidiar con ladrones y asesinos ; lo más bajo y ruin de la sociedad. Solo en algunas ocasiones, había tenido que obedecer y realizar ciertas funciones, que en realidad era lo que más odiaba de su trabajo : terminar con la carrera delictiva de sus huéspedes.
Esa mañana, su mujer presurosa le preparaba el desayuno comentándole asuntos triviales del vecindario. Isael escuchaba con la mirada perdida. Desayunó y después se despidió de su mujer para ir a su trabajo.
Camino al palacio, tenía que tomar varias calles . Una de ellas lo obligaba a pasar cerca de la sinagoga, que en ésos días había tenido más visitas que de costumbre. Justo cuando pasaba frente a ella, una multitud salía con alboroto. Se apresuró a ganarles el paso para evitar algún retraso. No pudo evitar cruzar la mirada con un tipo que salía junto con la multitud. Las vestiduras sencillas , el porte sereno , el rostro apacible y la mirada conmovedora de aquél , le hicieron sentir un escalofrío que recorría toda su piel. No supo porqué , pero bajó la mirada nerviosamente y siguió caminando con más prisa. Desde ése momento algo le empezó a molestar en su interior.
El resto del día se la pasó preparando las celdas, limpiando los pasillos y dándole de comer a los prisioneros. Al llegar a una de las celdas, se asomó por la pequeña rendija mirando hacia el oscuro interior. En el otro extremo, sentado sobre el suelo, se encontraba un tipo sucio, desaliñado, con las ropas raídas. Aún en la oscuridad, Isael alcanzó a percibir la mirada desconsolada y cargada de cansancio que aquel tipo le dirigió. Algo familiar le resultaba en esa mirada. La bebida y la comida que le había dejado hacía unos minutos, estaba intacta.
– ¿ No vas a comer ? – preguntó Isael .
– No , gracias… hoy no tengo apetito – el tipo le contestó con voz firme.
Isael regresó a sus labores cotidianas. Mientras continuaba en sus quehaceres, volvió a recordar al tipo de la sinagoga. Nuevos pensamientos lo invadían ; se mezclaban con la banalidad de su vida. De pronto sus pensamientos se detuvieron en el tipo de la celda. En realidad no tenía algún delito por el que tuviera que estar allí. Había escuchado de sus compañeros, que lo habían encerrado por bocón; por cosas que al rey no le gustaron. Se preguntaba qué demonios había dicho aquel pobre hombre para merecer un encierro en un lugar destinado para maleantes, asesinos y ladrones.
Ya por la noche, el ruido y alboroto que provenían de la sala principal del palacio, le indicaban a Isael que era día de fiesta.
Se aprestó a jugar con sus compañeros. Entre juego y bebida, fué calmando ésa sensación de incomodidad y malestar que le habían invadido misteriosamente todo el día desde aquel momento de la sinagoga. Escuchó abrirse la puerta que daba acceso hacia la escalinata principal. Entró uno de sus compañeros.
– ¡ De lo que se han perdido… ! – Exclamó con mirada lujuriosa.
– ¿Que pasa…? ¡Cuéntanos…! – le contestó otro tipo, mientras Isael solo miraba.
– ¡ Ha sido la danza más sensacional que jamás he visto. ! Hubieran visto ese cuerpo… Mmh… -.
Poco a poco se fueron reuniendo frente a él, para escuchar su plática llena de ademanes y gestos vulgares.
– La hija de la reina ha deleitado al rey con la más bella de las danzas : erótica, sensual , majestuosa. Todo arriba es un escándalo. El rey verdaderamente ha gozado- continuó mientras daba un trago a su bebida.
De pronto, fueron interrumpidos por el capataz en Jefe. No se habían percatado de su presencia. De una manera rápida todos se incorporaron y se colocaron en posición firme . En el momento de hacerlo, Isael golpeó con su espada uno de los recipientes de bebida. El contenido se derramó por el suelo llamando la atención del capataz. Crueles y extrañas son las encrucijadas del destino que en un momento , y sin darte cuenta, eres el centro de la atención. Sonrojado por el detalle, Isael disimuló su verguenza sacándo un poco más el pecho que de costumbre. El capataz se dirigió a Isael y éste sintió el aliento bufando en su nariz. Sus miradas se econtraron . El capataz se alejó poco a poco sin apartarle la vista mientras dejaba una charola de plata en la mesa de juego.
– ¡ Ustedes dos … ! – gritó a dos tipo que tenía hacia su derecha – ¡ Traigan al tal Juan …!
Presurosos, los guardias fueron por aquél tipo que no había probado alimento alguno. A empujones y jalones, el tipo aquél fué llevado ante la presencia del capataz. El tal Juan no era capaz de levantar la vista. El capataz caminó varias veces alrededor de él y de vez en cuando lanzaba un escupitajo al suelo .
– Debes sentirte orgulloso… – le dijo el capataz plantándose frente a él. – Hoy serás visto como lo que deseas. ¡Un gran héroe! Pero para mañana no serás más que basura.
Aquél hombre escuchaba en silencio. Su serenidad sorprendió a todos los presentes. Por unos instantes, Isael pensó que aquél hombre sería dejado en libertad. Había escuchado que tenía muchos seguidores que pedían lo dejaran libre. En sus pensamientos fué sorprendido por el capataz que lo llamaba . Le pidió que se acercara y obedeció. En un movimiento brusco , el capataz golpeó las piernas de Juan y cayó sobre sus rodillas. Isael escuchó el murmullo de una oración casi en silencio. Ambos no comprendían lo que sucedía. El capataz sacó su espada y se la dió a Isael . Sorprendido y temeroso, Isael la tomó entre sus manos . Al instante comprendió el cruel y fatal destino que a ambos les esperaba. Con una mano , el capataz empujó un poco más aquella cabeza hacia abajo .Apenas se veía el cuello entre aquella maraña de cabellos y ropas sucias. Isael no necesitó palabras ni miradas que le indicaran los pasos a seguir; era parte de su trabajo. Lo que le extrañaba en ésta ocasión era el acusado : ni el más cruel asesino, ni el más ruín ladrón, ni el más desdichado delincuente, habían tenido una manera tan peculiar de pasar a mejor vida.
Isael levantó en alto sus brazos, mientras sostenía firmemente aquel instrumento metálico que adquirió un brillo extraño . En la mente de Isael aparecieron dos miradas : la del tipo que estaba frente a él, de rodillas y rezando; la otra , la del otro tipo de la sinagoga. Cerrando sus ojos, de un solo tajo y golpe certero, quiso eliminar de su mente todo rastro de ésas miradas. Al abrir los ojos, Isael soltó la espada . Retrocedió lentamente mientras miraba aquel cuerpo inerte que empezaba a bañarse en sangre. Mientras , el capataz tomaba la cabeza de aquél tipo y la colocaba en la charola de plata. Isael descubrió en forma aterradora que en su mente, todavía rondaban las miradas de aquel tipo, por lo que se llevó las manos a la cara en señal de desesperación.
Antes de retirarse, el capataz lanzó una mirada malévola a Isael, mientras que con la cabeza le daba señales de aprobación. El capataz se retiró de allí dejando al caminar un hilillo de sangre que escurría de la charola.
Isael pasó el resto de la noche en la taberna. Se embriagó hasta más no poder . Unos amigos lo llevaron hasta su casa. Al siguiente día, su mujer le preparaba el desayuno. Ella lo miraba en silencio. Ahora no emitía palabra alguna. Isael fingía estar bien; pero no terminó el desayuno. Ella sabía que algo andaba mal. Con la mente vacía y como si le hubiesen arrancado el alma, Isael deambuló por las calles. Llegó hasta unas colinas donde había una gran multitud .Había gran alboroto. Varios tipos repartían pan y pescado en unas canastas a toda la gente que estaba allí reunida. Se fué acercando poco a poco hasta quedar cerca y a la espalda de un tipo que hablaba . De pie, trataba de entender palabras que no entraban a su oído. De pronto, aquél tipo se dió media vuelta, como si adivinara la presencia de Isael. Sus miradas se encontraron. Isael sintió gran paz y tranquilidad al mirar aquel rostro. Era el mismo de la sinagoga .Se miraron por un instante. Desde su lugar, Isael alcanzó a observar como una lágrima rodaba por la mejilla de aquél tipo y se perdía en lo obscuro de su barba. El tipo continuó hablando sin quitarle la vista de encima, y entonces Isael escuchó las palabras al tiempo que sentía paz con las miradas que recibía.