Cuando alguien muere, digamos, alguien cercano a nosotros, ya no tendremos su presencia física. Tener a nuestro lado su aroma, sus palabras, su aliento, ya no más. Pero siempre queda algo, lastimándonos sabrosamente la vida, porque el dolor de recordarle nos lastima pero no queremos que nos deje por completo.
Siempre queda algo de alguien
en algún rincón del polvo
frente a una pared olvidada
o tras la cortina que se abre
Siempre queda algo de luz
de lo que fue una sonrisa
evocada en el aroma del café
alegrando un dormitorio vacío
Siempre hay un olor a cuerpos
y buscamos en las sábanas
Por la noche nos despierta
la piel vestida de ganas
Siempre queda algún sonido
De unos pasos por la acera
Puede ser el eco de su alegre voz
Moldeando el poco aire que nos queda
¿Quién tendrá la encomienda de vaciar los guardarropas y deshacerse de lo ya no imprescindible? El ritual de ir pasando todo el legado por un embudo y quedarse con lo menos posible para evitar el dolor de un recuerdo. Pero no siempre, al final, basta con lo que a uno le quede en memoria. Siempre queda algo. Anotas en el diario negro el texto de una de tus melodías.