Para Alejandro Osette Messer.
L’ame a des ilusions, comme l’oiseau a des ailes: c’est ce qui la soutient.
(El alma tiene ilusiones, como el pájaro alas; eso es lo que la sostiene)
Victor Hugo.
¡Vuelo! ¡Estoy volando! Ahora lo hago de verdad, no como ha sucedido siempre en mis sueños. Pero… ¿cómo saber si estoy despierto o estoy soñando? ¿No será acaso otra ilusión más, la cual pretende traer inevitablemente los consabidos desengaños? ¿No será mucho pedir, que estas sensaciones de vivir el sueño, continúen indefinidamente? ¡Qué importa! ¿Por qué perder el presente en preocupaciones futuras, cuando siento que estoy sobre todas las cosas?
Siempre he tenido esos sueños recurrentes: volar y estar sobre todo: tejados, calles, campos… pero ahora todo es más claro. Cual si fuera un velo que cae y deja al descubierto los pedazos de realidad, voy descubriendo paisajes, campos repletos de verdes coloridos, colinas salpicadas de rebaños, arroyos dibujados en zigzagueantes serpentines que desembocan en un lago cristalino. Puedo ver desde el lejano horizonte, hasta aquí abajo donde un conejo se esconde en su madriguera, ¡qué fuerza ha alcanzado mi vista!
Pero no todo es bello. Al pasar sobre el lago, la imagen de un ser que vuela, se refleja sobre la superficie ondulante. Descubro mi propia imagen y las transformaciones que mi cuerpo ha sufrido: mi cabeza es la de un halcón (me recuerda al dios Horus de los egipcios); todavía conservo parte del cuerpo humano desde mi cuello hasta mis tobillos —mis pies se han transformado en garras, las siento poderosas—. Me doy cuenta que estoy desnudo. El orgullo resurge imponente al mirarme las dos enormes alas que tengo en lugar de brazos: fuertes, poderosas, vestidas impecablemente de un plumaje negro sedoso el cual me cubre la espalda y caderas. Sólo a los cuervos les he visto este plumaje.
Ahora puedo saber parte de lo que sintió Gregorio Samsa, aquél personaje de Kafka, cuando despertó convertido en un insecto: la sorpresa, la perplejidad pero no el asco. Por supuesto que hay mucha diferencia entre arrastrarse y volar, entre sentir las patas rozar tu vientre y sentir la finura del roce de las plumas; pero en el fondo, me asalta lo terrible que pudiera haber sido, la idea de haber perdido parte de la esencia humana característica de nosotros los machos. Yo por mi parte, me aseguraba con una mirada aguda, que todo estuviera en perfecto orden por esa zona y así era: no había ningún cambio evidente.
En mis sueños, iniciar el vuelo era tan sencillo, que sólo bastaba batir mis brazos (nunca tuve alas), me elevaba y listo. Ahora todo es mucho más sencillo que éso. No recuerdo haber tenido dificultades para tener los conocimientos que me permiten ahora, disfrutar los vaivenes de ascensos y descensos vertiginosos. Todo parece como si ya hubiese nacido con los secretos para aprovechar el viento…
¡Ah, el viento…! Esa fuerza poderosa que me lleva, me arrastra, pero no tanto que no pudiera aprovecharla y controlar mis movimientos. Sé que a veces es furioso, despiadado, potente; pero en otras ocasiones, lo siento aún en lo presente de su ausencia: no se puede ver, sólo sentir, no se le pueden atribuir cualidades porque si así fuera, sería más imperfecto. Es la fuerza de mi sostenimiento. Sobre él, planeo y muevo mis alas en la dirección deseada.
Abajo se miran los campos y el pueblo sobre el que voy pasando: calles polvorientas, el pastor que lleva su rebaño, chozas, la iglesia… me pregunto qué tantas historias, pasiones, secretos y vivencias suceden debajo de cada tejado.
Quiero reposar. Siento que para ser mi primer día de vuelo, todo ha sido tan extenuante y sorpresivo. Giro hacia mi derecha y me elevo un poco, voy en dirección al campo. ¡Todo lo hago sin dificultad, mejor que en mis sueños! Quiero explotar de alegría, quisiera lanzar mi júbilo con furor y gritar : ¡Estoy volando! ¡Estoy volando…! sin embargo, la contrariedad me inunda cuando escucho un horrible graznido en vez de mi voz ¡Qué terrible voz! ¿Qué le ha pasado? Intento de nuevo: graznido. Intento, graznido, graznido, graznido …
Será mejor que baje, ha sido demasiado por hoy. Estoy confundido y exhausto. Inicio mi descenso. No recuerdo que en mis sueños hubiese bajado… nunca lo hice, pero ahora poso mis garras sobre un sendero, a un lado de los maizales. Me cuesta un poco de trabajo caminar, si así se le puede llamar a estos pequeños saltitos para internarme en la vegetación; me parece gigante. Camino, salto, me abro paso entre los retoños de mazorcas, camino, salto, salto, salto… Quisiera beber un poco de agua.
Por fin, llego a la orilla, a la unión del plantío con el llano, donde un claro existente de treinta pasos de diámetro se extiende ante mi vista. Ahora estoy sorprendido y atónito por la presencia de seres aberrantes, que danzan al ritmo del viento, casi imperceptibles, silenciosos: se trata de unos terribles esfantajáparos, especie de seres que asechan nuestras vidas. Nunca los había visto tan cerca. Todos ellos parecen estar tomados de lo que parecen manos, en un círculo casi satánico, menos uno, el de cabeza de cubeta. Ellos parecen darse cuenta de mi presencia pero aún así siento que les soy indiferente.
El mayor de ellos, lleva puesto sobre su cabeza de tela negra, una corona hecha de un rin de bicicleta, de donde cuelgan varios tubos metálicos que entrechocan y producen un ruido extraño, van quebrando el silencio. Su rostro dibuja una sonrisa burlona, mostrando sus enormes dientes blancos, tan blancos como sus ojos. Al parecer es el jefe de ellos, percibo que quiere demostrarme su experiencia en cada movimiento y los demás le siguen. En una de sus extremidades tiene sujeta una guadaña. Mueve su cabeza y me mira como dictando la sentencia por mi atrevimiento.
El ser más cercano a él, se encuentra apartado de los demás, está sólo, triste, pero aún así me infunde terror. Ahora gira su cabeza de cubeta y acompaña su mirada de soledad hacia mí. Su cuerpo está hecho de latón, de sus brazos cuelgan latas que producen ruidos espantosos y chocan en mis tímpanos, intento la huida pero mis alas están atadas a mi cuerpo, mi temor es tan grande que me atrapa en una inmovilidad absoluta. ¡Parece como si mi cuerpo pesara siete veces más!
Los otros tres tipos no son tan ruidosos, son serios, parecen inmóviles, pero basta que mires sus rostros para saber que te odian, que no eres bien visto en sus dominios y entonces sus movimientos se tornan violentos. Uno de ellos, el del impermeable rojo, mira luego hacia el cielo: sus manos de latas imploran y reclaman tal vez pasión, o tal vez la muerte de mi corazón, lo sé por sus movimientos frenéticos y alocados.
El viento sopla en mi doble piel: la normal y la de plumas, y ellos danzan aún más. Bruscamente responden a cualquier signo de un soplo. Presiento el inminente final, me arrastro y agazapo esperando sentir sus garras sobre mi cuerpo, pero sólo consiguen hacer más larga mi agonía, mi sufrimiento. Grito desesperado el afán de acabar con ésta pesadilla, no les basta mi angustia, parece que se burlan de mi voz, de mis graznidos, parece que quieren obtener toda mi desgracia cuando ven que no puedo iniciar el vuelo, al contrario, siento un desvanecimiento total y …
* * *
Desperté en la oscuridad total. Tendido sobre una cama de heno, con la conciencia clara de haber tenido un sueño profundo y bello, pero a la vez tan terrible, que se había convertido en pesadilla. Otro de mis sueños, pensé. Pero, ¿dónde estoy? ¿Por qué tan oscuro?
Un cuchicheo se percibe de algún lado. Me acostumbro a la oscuridad y descubro una delgada línea de luz frente a mí, tal vez una una rendija en la pared. Me duele todo el cuerpo, pero más los hombros. Miraré por esa rendija. Ahora escucho más claro la conversación entre dos mujeres. Se trata de una joven, que miro de espaldas, sentada sobre un catre, sus rizos dorados le llegan hasta la cintura. Al parecer, escucha a otra mujer sentada frente a ella, una mujer de una mirada brillante, viva, llena de alma y de un rostro sereno, piel blanca marcada por unas sencillas arrugas, que ahora sonríe y se le notan más.
Ambas me son desconocidas, y no sólo ellas, sino todo el lugar, la habitación oscura donde me encuentro, el momento y todas mis sensaciones de mareo… ahora la mujer madura está hablando.
– …no es que yo no lo quiera, querida. Compréndelo, es por tu bien y por el de nosotros.
– ¡Por favor, mamá…! Tan sólo déjame tenerlo por uno o dos días. Te prometo que nadie lo sabrá.
– Ay Susana… Al parecer todo lo que te he dicho ha sido en vano, ¡cabeza hueca! Si tu padre viviera, ya le hubieras hecho caso. Mira: yo no quiero que luego todo el pueblo ande diciendo cosas. Luego los chismes se hacen tan grandes que hasta viene la gente de la ciudad para hacer estudios y dizque noticias. Acuérdate cuando se armó tal alboroto por lo del chupacabras.
– Pero aquella vez fue una mentira de Miguel, mamá.
– Sí, desgraciado Miguel. Por su culpa casi descubren los plantíos de mariguana de Pedro, lo único que nos da para mal comer. Pero… ¿quién te dice que a lo mejor esa cosa que tienes ahí encerrada no es el verdadero chupacabras?
¿Chupacabras? ¿Qué es eso? ¿Qué está pasando? Con terror miro la mano acusadora de la mujer, que ahora apunta en dirección a la rendija por donde las miro. ¿Se estará refiriendo a mí? Me alejo un poco al mirar que la joven se incorpora y le contesta a su madre.
– ¿Cómo puedes pensar eso? ¡Ven y míralo bien!
Se acercan. Quitan un palo que tenían atravesado por el otro lado de lo que ahora descubro es una puerta. Me retiro en saltitos…¿en saltitos? La puerta se abre y la luz me ciega momentáneamente.
– Míralo, ¡ya se despertó! ¡Cuidado, no se nos vaya a escapar! Míralo bien: su pico es como el de un halcón, no tiene colmillos como el chupacabras…
Ante el umbral de la puerta, miro las dos sombras que me observan curiosamente. Me doy cuenta que lo que me había pasado no había sido un sueño; o me doy cuenta mejor, que quisiera que todo esto fuese un sueño (tal vez siga soñando); pero también me doy cuenta de otra de mis transformaciones: mi tamaño. Parado, como estoy ahora, soy la mitad de lo que ellas miden. ¡Ridícula será mi presencia! Lo deduzco cuando sé que ambas me miran con curiosidad. Poco a poco voy distinguiendo las facciones de sus rostros, sobre todo los de la joven. Por un momento, pensé en decirles algo, pero mi temor a lanzar un graznido, me contuvo.
– ¿Qué dices, mamá?
– Que está muy horrible. Sabrá Dios de qué infierno se habrá escapado. ¡Mira sus patas y su cabeza! Y además…. p’os está encuerado.
– ¡Nooo…! ¿Qué me dices si lo dejamos por unos días? A lo mejor, si se escapó, estarán ofreciendo una recompensa.
– Déjate de tonterías y cierra esa puerta que ya me dio miedo. Déjame pensarlo, pero no creas que me vas a causar problemas. Voy a casa de Herminia a ver si ya llegó Pedro. Por la noche hablamos.
Me quedé a solas con la joven. Es una mujer como de veinte años. Ya claramente puedo apreciar su rostro, sus ojos, sus labios; me doy cuenta que toda es perfecta: su sensual figura que se transluce debajo del vestido, que pierde su fuerza bajo la luz, transparenta sus finos contornos bajo el umbral de la puerta. Su piel está tostada por el sol, su cabello, ya lo había dicho, dorado como un crepúsculo. Encuentro su mirada a la mitad del camino y me embeleso con la más angelical de las sonrisas: tierna, compasiva, acobijadora… Algo pasa en mi interior, una sensación de embotamiento, un vacío en la boca de mi estómago que sacude hasta mis riñones, un deseo terrible que hace hervir mis venas… ¡No sé lo que me está pasando¡ Me quedo de una sola pieza mirando como ella cierra la puerta: sus movimientos son lentos, como si la película corriera en cámara lenta, veo su cabello ir y venir en suspenso, los pliegues de su vestido que chocan violentamente contra sus muslos y caderas, imagen que se queda viva y latente aún cuando la oscuridad vuelve a reinar en la habitación. ¡Siento ganas de gritar! Una nueva perplejidad me inunda cuando en vez de un graznido, escucho un silbido agudo. Ya no era aquel sonido espeluznante, no; ahora era un sonido especial. Lo intenté de nuevo y se repitió. Fui armando varios intentos y aprendiendo en cada prueba y error, prueba y error, prueba y error… Por fin, ahora el sonido me parece mejor:
Se rasgan los momentos con crueles desengaños
Se visten las amarguras con falsas libertades
y tu rostro que me devuelve la prometedora esperanza
de abrir un nuevo espacio en los horizontes de tu mirada
a pesar de saber que eso me llevará inevitablemente al fatal desenlace
¿qué importa si fuera éste
sobre la caricia de una de tus sonrisas?
Después de haber estado practicando por buen rato, me di cuenta que por la rendija, la joven estaba atenta a lo que yo hacía con mis estériles intentos. Me sentí avergonzado y dejé de estar haciendo el ridículo por el momento.
Así que no había sido un sueño. Ahora me estaban confundiendo hasta con un tal chupacabras y lo peor es que me encuentro encerrado, privado de mi libertad, ¿de qué servirán las alas en una habitación oscura y fría? ¿Qué fue lo que pasó? Intento recordar… ¡Ah, sí! Esas criaturas en el campo, los esfantajáparos, sí; luego… me desmayé sin duda. Y de ahí, por supuesto, no hay otra explicación: esta joven me ha tomado como su mascota.
Se vuelve a abrir la puerta y aparece de nuevo la joven. A unos pasos del umbral, deja un plato y un recipiente con agua. Vuelve a cerrar la puerta. ¡Espera, no me encierres de nuevo! ¡Espera…!
La ofuscación del encierro sacude mis entrañas
elimina los impulsos del vuelo hacia la libertad
Se cimbra la distancia entre la luz y la razón
y bajo los escombros de la indiferencia quedarán mis alas.
Que me abandonen los destellos de un amanecer
los reflejos del fúlgido horizonte
los brillos de una vida deslumbrante
Todo eso y más podría soportar
pero no tu abandono en este encierro… no…jamás.
Creo que los silbidos salen ahora sin esfuerzo. Ahora me dedico a contemplar mi interior: la caducidad de la memoria de mis amores, que se ha tornado cada vez más patética, bajo el encierro en esta oscuridad. Me siento distante a la condición humana. A pesar de no estar volando, percibo más altos y definitivos los alejamientos impregnados de dolor, mi libertad robada a cambio de una soledad gratuita, que quiero ocultar debajo de la resignación y dejarla para la ocasión especial del último momento.
Llevo ya un día sin comer, nada me apetece, y lo único que me mantiene motivado, es la presencia de aquél ser imposible, inalcanzable, impropio para mi especie, causante de mis cantos melancólicos. Ella lo habrá notado, tal vez, porque cada vez pasa más tiempo a mi lado, tan cerca de mí. Cada vez me voy acostumbrando más a su presencia. ¡Hasta me ha llegado a acariciar el lomo y las alas! Ahora está sentada en el suelo y me tiende la mano con un poco de semillas. ¿Por qué no comes? me pregunta. Quiere adivinar mis pensamientos pero no le doy la oportunidad. Mi agotamiento es tal que me desvanezco por un momento sobre sus muslos. Mi voz se ha apagado y sólo un ligero pensamiento cruza por mi mente.
Al cruzar la orilla de tus pliegues
el Viento me sacude la conciencia
y yo espero paciente y agotado
los últimos momentos que llegan puntuales
con la caricia cálida de tu piel celestial
en la que percibo la inmensidad de tu gloria
en donde se funde mi alma con el Viento omnipresente
en un vuelo donde ya no habrá soledad
será amoroso y libre por siempre…
Miro la profundidad de tus ojos y me confirman: ya no habrá más muerte sobre muerte. Ya no tengo miedo a los esfantajáparos, a esos que fueron los presagios cobardes de mi vida. Cierro los ojos y me dejo acariciar por tus sombras.
Rafael Jurado