¡Qué tragedia! ¡Qué dolor! Hoy te me has ido. ¿Quién me dará la alegría y el placer que solías darme? Trataré de hacerte un poema o algo para que las generaciones futuras sepan de tu efímera existencia. Después lo haré, si; después de que me pase el dolor y la culpa.

Mientras miro frente a mí tu cuerpo destrozado, los recuerdos inundan mi pensamiento: aquél día que te conocí, allí estabas, quieta, con tu figura impecable. No sé si fue el destino o qué se yo, pero tu silencio fue lo que más me cautivó. Te miré, me acerqué y casi me atreví a tocarte, pero de cualquier forma el destino te hizo mía, tú parecías estar de acuerdo. Luego fueron mis aventuras contigo. Cuántas noches de placer pasamos juntas, aún cuando tu piel la sintiera por momentos fría. Bastaban un poco de fluidos calientes y mis labios rozando tus finos contornos para que luego fueras tú la que me diera sin cesar todo lo que tuvieras en tu interior, hasta quedar vacía, exhausta.

Tanto me hacías falta,  que luego ya fuiste mi compañera a donde quiera que viajaba. En cierta ocasión, tengo que confesarlo, cuando te encontrabas a mi lado, en la oficina, vi cómo mis compañeros te miraban. Sentí celos. Celos terribles mezclados con rabia, coraje, impotencia y… me sentí frustrada y  culpable. Desde ese día daba cualquier pretexto para no llevarte conmigo, tenía miedo de perderte.

Hoy estaba decidida a explicártelo todo, a pedirte perdón,  ¡te lo juro!  Hoy quería… pero, ¿porqué tenía que suceder esto? No lo sé. Por lo pronto, hoy te dedico una lágrima mezclada con mis recuerdos, es lo único que puedo ofrecerte. Discúlpame por que soy la  única culpable de que al tomarte entre mis manos, te soltaras y cayeras estrepitosamente al suelo. Justo ahora que has esparcido pedazos de tu alma por todo el piso de la cocina, escucho la voz lejana de mi hija que viene hacia mí desde la recámara.

—¿Qué se quebró , mamá?

— Una taza, hija mía, una taza. No te preocupes.

Rafael Jurado Mendoza.